Poco tiempo sobrevivió el general Díaz a su ruidosa victoria. Su espíritu activo e infatigable y su afán por salvar a la patria en tan tremendo trance, lo arrastraron a la muerte.
No pudo contentarse con haber detenido al insolente invasor. Soñaba con aniquilarle, arrojando sus últimos restos al otro lado del Paraná. Cavilaba, noche y día, mirando con ojos de codicia los pesados monitores brasileños, contra cuyas corazas se hacían añicos los proyectiles de sus viejos cañones. Comprendía que allí estaba todo el poder del enemigo y que si no se suprimían aquellas máquinas de guerra, todos nuestros esfuerzos eran inútiles y todos nuestros triunfos eran estériles.
Y lo que más le preocupaba era que de un momento a otro podía salir de su apatía el tímido Almirante, resolviéndose a forzar el paso de Humaitá, en cuyo caso estábamos perdidos. Cortada nuestra línea de comunicación, aislados en el Cuadrilátero, teníamos, fatalmente, que sucumbir.
Estudiaba, pues, el modo de hostilizar a la escuadra, procurando encontrar obstáculos insalvables que oponerle. Empeñado en esta faena y sabiendo que las naves imperiales habían cambiado de fondeadero, el viernes 25 de enero de 1867 tomó una canoa y, en compañía de dos ayudantes y de su asistente payaguá, el sargento José María Ortigosa (Cuatí) salió a hacer algunos reconocimientos aguas abajo. No contento con los resultados de esta primera exploración, volvió a salir con los mismos compañeros en la mañana del día siguiente. Pero dejemos aquí la palabra a Natalicio Talavera, quien, a raíz de la catástrofe, refería así los hechos:
«Lo vieron, y el buque de vanguardia descargó un cañonazo sobre aquella canoa; él mismo advirtió el tiro a sus compañeros y, por una de esas grandes casualidades, el proyectil que venía de rebote estalló sobre la misma canoa, matando a dos de los que le acompañaban e hiriéndole a él, en la pierna, uno de sus cascos, el mismo que pasó a herir a su ayudante el teniente Álvarez. La canoa se hundió con ellos, y el sargento Cuatí salvó a su general herido».
«Después que se encontraba en su campo, él mismo dictó un telegrama, pidiendo a S.E. el Presidente que le hiciera cortar la pierna. Tal era su serenidad y resolución en sus instantes de mayor dolor. La amputación fue hecha y, conducido al Cuartel General, se le prodigaron todos los cuidados, interesados todos en conservar la vida de aquel hombre extraordinario que aún podía ser de inmensa utilidad a la patria. En sus días de penosa enfermedad, no tenía otra preocupación que sus soldados de Curupayty y el enemigo, y así es que diariamente daba órdenes desde su lecho de dolor a sus ayudantes para sus compañeros de Curupayty, a quienes no podía olvidar un momento. Cuando S. E., el señor Presidente (*), le decía que dejase de preocuparse, puesto que todo seguía perfectamente bien, contestaba que a pesar de sus esfuerzos no podía desprenderse de una ocupación que tan grata le había sido. Sentía encontrarse enfermo sin haber acabado su obra. A pesar de las prohibiciones de su médico, que por el estado de su debilidad no quería que hablase mucho, no perdía ocasión de hablar de su patria, de la obediencia, del buen servicio, de los deberes, a aquellos que se aproximaban a su lecho».
«El estado de su herida hacía esperar su curación, pero había derramado mucha sangre el día de su desgracia y se encontraba en un estado de gran debilidad, sin que su estómago pudiese recibir la alimentación necesaria. Dábanle fuertes accidentes que hacían temer que en uno de ellos perdiese la vida, como efectivamente sucedió el día en que parecía encontrarse más satisfecho y aliviado. Él, sin embargo, comprendió que se le escapaba la vida, y así lo dijo, resignándose sereno y tranquilo a que se cumpliera en él aquella ley ineludible de la naturaleza. «No temo morir -dijo-, pues no he temido en las más fuertes refriegas, sólo deploro no ser ya útil a mi patria y ver termina-da mi existencia antes de la conclusión de la guerra».
“Era el 7 de febrero, a las 4.15 de la tarde, doce días después de su desgracia, cuando el malogrado general Díaz dejó de existir”.